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  • Esa intimidad lo sabe Monsiv is supone un habitus de

    2018-11-01

    Esa intimidad, lo sabe Monsiváis, supone un habitus de clase. “Para los pobres, el fin de lo privado se inició desde siempre, y nunca nadie, en la aglomeración de los cuartuchos, dijo en serio: ’Que se cierre esa puerta que no me deja estar HOAt solas con tus besos”’ (Monsiváis 2010b: 276). Las multitudes son, ante todo, proletarias y pobres, obreras o populares. Las individualidades son clasemedieras: artistas, intelectuales, activistas. Por eso, las multitudes son contiguas con esa exterioridad perturbadora que no oculta nada y que exhibe frente a los otros lo que debiera permanecer recóndito. En esta organización de una geografía política y erótica, el clóset solo podría ser un artefacto de las clases medias: donde se guardaban la ropa y los zapatos, también cupo el deseo y la identidad. Salir del closet será posible cuando haya comunidades homosexuales de clase media que comprendan qué tipo de lugar es ese porque lo reconocen, pero cuando también hayan creado otros espacios para habitar cuando se le abandona. Sin embargo, en esa intemperie personal y corporal en la que vivirían las clases populares, un clóset será un lujo y no una condena. En la tradición de los soldados, escribe Monsiváis, “lo que les rodea nunca se ha detenido a pensar en ellos” (Monsiváis 2010b: 276). No obstante, podríamos aventurar una solidaridad anterior que luego perdió sus fuerzas. Esa tradición de la indiferencia en la que han vivido los soldados y las clases populares es contigua de la otra tradición que Monsiváis evoca para los homosexuales: “la tradición de no-tener-nada-que-perder” (Monsiváis 1998: 34). Los soldados no miran a nadie porque nunca han sido mirados, en términos sociales; los homosexuales lo arriesgan todo porque no tienen nada que perder. Solo fue cuando tuvieron algo que perder que la solidaridad se debilitó. El riesgo y la estridencia crearon los primeros espacios de resistencias de los sujetos disidentes. Pero luego las seguridades siempre frágiles que crearon el mercado y el Estado transformaron dichos espacios. Al salir del clóset, que también podría leerse como un espacio de resistencia, esos sujetos entraron a homozygous ese otro lugar que se denomina esfera pública, sociedad o política. En ese territorio nunca se infiltran los soldados, fieles a la tradición de los oprimidos (Benjamin 2005). Monsiváis vuelve a detectar esas disyunciones entre la identidad y la experiencia cuando escribe sobre los informantes de Guillermo Núñez (2007). Dice que sus entrevistados comparten una premisa: “lo que uno hace con su cuerpo es muy distinto de lo que uno hace con su vida’ (Monsiváis 2007: 31; énfasis en el original), y agrega que: Estos hombres, ya no soldados, pero tampoco gays, viven esa misma tensión entre lo que desean y hacen, y lo que dicen y piensan. De nuevo lo que está en juego es la intimidad. Las clases medias no solo consiguen cierta intimidad habitacional, sino que también logran otra psíquica, que Monsiváis extraña en los informantes de Núñez. Justamente porque viven de lado es que no pueden salir del closet y prefieren cotorrear. Al parecer esa intimidad psíquica sería una condición necesaria para producir una verdad sobre sí y sostener una práctica. El filo de la navaja en el que viven estos hombres, ese intersticio entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se piensa y lo que se siente, se convierte en un abismo profundo cuando se trata de enunciar una identidad. “A la mayoría de los entrevistados de Núñez” —escribe Monsiváis— “les molestaría verse definidos por sus actos, no porque los ignoren, sino porque al decirles y decírselos a sí mismos abdican de la normalidad, ese concepto atávico que los tranquiliza y reafirma” (Monsiváis 2007: 32). Habría una especie de soberanía personal vinculada con esa ceguera conductual, que es destituida cuando se introducen formas de verdad y de concordancia. Monsiváis piensa HOAt que esos hombres no quieren abdicar de la normalidad porque los tranquilizaría y los reafirmaría. Pero el argumento se podría invertir: dado que nunca generan un conocimiento definitivo sobre sí mismos y se niegan a producir una verdad de sí para ellos, la normalidad es imposible y no constituye una garantía.