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  • Lo que sigue no es ni una reconstrucci n ni

    2018-10-22

    Lo que sigue no es ni una reconstrucción ni un análisis de las relaciones entre el feminismo y el peronismo, historia de relaciones terminables e interminables que, en gran medida, está todavía por hacerse y, dada la agrafia que la signa, deberá, sin duda, ser objeto de una práctica historiadora sensibilizada por las estrategias de conocimiento cultivadas por los estilos de investigación antropológicos que, entre otras cosas, ponga en entredicho los efectos de sus- tancialización del peronismo y del feminismo como movimientos o doctrinas homogéneas. Y así, mediante esa vía teórica y metodológica, se pueda dar cuenta de las líneas de fuga, de fractura y de las tensiones internas que ambos soportan en tanto movimientos que —por efecto de estructura— albergan proyectos y políticas diferentes, cuando no en franca oposición. Así, lo que se revela en Persona es un silencio, o mejor dicho napas de silencios, respecto de las transformaciones políticas y culturales que durante los dos primeros gobiernos peronistas tuvieron como objeto y como sujeto phospholipase c inhibitor las mujeres, y produjeron nuevas configuraciones sobre la condición femenina en Argentina. Las ironías, o las diatribas, de Eva Perón contra las feministas, tal como pueden leerse en La razón de mi vida, o el sesgo retórico conservador o familiarista de algunos de sus discursos, pensamos que fueron tomados por muchos análisis historiográficos o sociopolitológicos muy al pie de la letra. A la vez, es dable pensar que esa literalidad-obstáculo sirvió para encubrir contra qué adversarias políticas se desplegaba la política del peronismo femenino; es decir, quiénes se asociaban con el tenue nombre feminista de los años 40 en Argentina. Sin duda, la descalificación (nunca del todo enunciada, o al menos no pronunciada con ahínco o pasión como una bandera) por parte de Evita respecto del feminismo ha impedido a muchos estudiosos despegar metodológicamente el nivel los discursos del nivel más propio de las prácticas, lo cual dificultó, a epidermis su vez, aun a la distancia histórica, una ponderación de la materialidad de las transformaciones operadas por el peronismo en terrenos que el movimiento feminista a escala internacional y local consideraba ítems fundamentales de su quehacer específico, tales como la adquisición del derecho al sufragio, obtenido a instancias del trabajo político de Eva Perón en 1947. En parte, la actualidad de los debates sobre el peronismo se debe a su persistencia, por una parte, como cultura política militante y, por otra, a su vigencia como opción política que se expresa como tal en múltiples esferas de la acción de gobierno. Eso hace que la historia del peronismo, denominado clásico, el que hace más de phospholipase c inhibitor 50 años tuvo a Evita como una de sus protagonistas, sea —en más de un aspecto— una historia cruzada por los mismos avatares epistemológicos y pasionales de la denominada historia reciente. Lo que sigue, entonces, es un atajo que se expresa como una conjetura, o una conjetura que hace las veces de atajo. Se trata de explorar algo presente en los silencios que nutrieron la atribulada relación entre el nombre feminista y el nombre peronista. La relación entre ambos reconoce en sus comienzos algo así como ciertas autonomías relativas de un nombre respecto del otro, autonomías propias del momento constituyente o de autoengendramiento. Es decir que, figurativamente, se podría hipotetizar que, para consolidarse como nombres de la lengua política de nuestro país, no se necesitaron. Pero ¿hasta cuándo puede afirmarse algo así? Los avatares de la relación dan cuenta del modo singular en que ambos nombres, sobre todo a partir del golpe de Estado de 1955 —con el peronismo desplazado del poder, pero presente en el trabajo militante—, quedaron anudados en los discursos políticos y académicos argentinos; estos últimos, embajadores privilegiados de las representaciones culturales sobre la historia nacional en el exterior.