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    2018-10-30

    El análisis de la austeridad desde una perspectiva histórica permite evaluar la orientación cíclica de la política fiscal. De aquí surgen preguntas de investigación adicionales tales como la posible relación causal entre austeridad, por un lado, y ciclos y tendencias económicas, por el otro. Por ejemplo, si los incrementos bepridil los impuestos o los recortes al gasto afectan de manera directa a la demanda y a la producción, es posible que la austeridad conduzca a una desaceleración económica o incluso a una recesión. Esto también dependería de la manera y el momento en que se ejecuten esas medidas fiscales. Una política basada en el déficit puede estimular el crecimiento, y la expansión económica subsiguiente podría propiciar medidas de consolidación fiscal y la reducción del déficit inicial. Para los propósitos de este artículo, partimos de la evolución de los balances fiscal y primario de México para analizar los periodos recientes de austeridad.
    El primer periodo de austeridad fiscal en la historia económica de México posterior a la II Guerra Mundial se registró en los años setenta. Durante la primera mitad de esa década el país disfrutó de un alto crecimiento económico, con un incremento anual promedio del pib de 6%. Pero esa bonanza terminó en 1976, ante desequilibrios macroeconómicos asociados a severos choques externos. El incremento del gasto público en más de 10 puntos porcentuales del pib provocó desequilibrios fiscales, los cuales estuvieron lejos de ser compensados con mayores ingresos tributarios. Entre 1971 y 1975 el déficit fiscal primario aumentó de 0.5 a 6.4% del pib, mientras que el déficit del sector público consolidado se disparó de 2.5 a 10% del pib. Cuando el primer choque de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (opep) sorprendió a México como un país importador neto de petróleo, la deuda externa se multiplicó casi cuatro veces; la inflación interna se aceleró; el tipo de cambio real se apreció y el déficit de cuenta corriente en la balanza de pagos se incrementó de manera significativa. En 1976, en plena crisis fiscal y de balanza de pagos, México depreció su tipo de cambio nominal con relación al dólar. Así terminó su régimen de tipo de cambio fijo, el cual había prevalecido durante más de dos décadas. Además, México solicitó formalmente apoyo financiero al Fondo Monetario Internacional (fmi). Se estableció un programa de estabilización convencional y el gasto público que incluye inversión, se recortó de manera drástica. Si bien la crisis fue breve, se desaceleró el crecimiento económico y aumentó la inflación. Menos de un año después, el panorama económico de México mejoró de manera radical cuando se anunció el descubrimiento de un gigantesco campo petrolero Cantarell. Las reservas probadas de petróleo, que constituyen un activo del gobierno, aumentaron de 6.3 miles de millones en noviembre de 1976 a 40 mil millones un año después. Se reestructuró el perfil de vencimiento de la deuda externa y se lanzó un ambicioso plan de industrialización bajo el supuesto del incremento sostenido y a largo plazo del precio del petróleo. La explotación de los recursos petroleros recién descubiertos y la restructuración de la deuda propiciaron una recuperación económica rápida y firme. Entre 1978 y 1981 el pib creció a una tasa anual promedio cercana a 9%, impulsada por un extraordinario auge en la inversión, en especial del sector público. Durante ese periodo se implementó una reforma fiscal con el propósito de corregir la fragilidad de México en este campo. El impuesto sobre la renta se ajustó a la inflación y se establecieron nuevos impuestos al valor agregado y al ingreso de las empresas. La base fiscal se amplió a medida que se cerraron diversas lagunas, mientras que se simplificó todo el proceso de administración y cumplimiento tributario. A pesar de lo anterior, los ingresos públicos fueron cada vez más dependientes de los ingresos petroleros.