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  • br Los vigilantes nos presenta a una madre y

    2018-10-31


    Los vigilantes (1994) nos presenta Study Interventions una madre y su hijo que habitan una casa donde son asediados por la vigilancia de un padre ausente. La madre escribe cartas al padre, excusando su comportamiento, mientras el hijo, enfermo y babeante, juega con unas vasijas de greda que se encuentran en la sala. La familia se mantiene encerrada en la casa debido a la hostilidad del exterior, que muestra una ciudad marcada por la segregación, la violencia, el hambre y el frío. La familia y el hogar se constituyen por medio de la ausencia de la figura paterna, representada dentro del contexto del imaginario latinoamericano mestizo, en el que es la madre quien vincula al padre ausente con los hijos que crecen sin el padre. Montecino (1993), quien ha elaborado un hermoso estudio sobre este tema en su obra Madres y huachos, afirma: Esta figura fantasmática del padre se erige como una imagen monolítica e infranqueable que domina todo el espacio de la casa y el barrio. Desde esta perspectiva, es acertado el planteamiento de Cánovas (1997) al considerar esta obra dentro de aquellas que tienen al huérfano como figura central, aquel sujeto vaciado de contenido que exhibe una carencia primigenia: “donde los componentes —padre, madre, hijo— reproducen, desde su lugar simbólico particular, un sentimiento de absoluta precariedad por la cual se deconstruye el paisaje nacional” (Cánovas, 1997, p. 39). La vigilancia entonces se representa por medio de esta ausencia que solicita rigurosamente explicaciones detalladas de la acción de la familia y que obliga a la madre a escribirlas. Los lectores reconocemos como destinatario de las cartas al padre, que se erige como juez que deslegitima el universo materno para construir “con la letra un verdadero monolítico del cual está ausente el menor titubeo” (Eltit, 1994, p. 51). Este ejercicio de la letra se inicia con “Amanece”, segundo capítulo de la obra en que la madre toma la palabra para intentar crear un discurso dentro de los cánones legitimadores, en el cual el vigilante obliga a Signal hypothesis la elaboración de un discurso logocéntrico, masculino y lineal, ya que la madre debe informarle a través de las cartas sobre su rutina diaria. Las epístolas se inician para informar acerca de temas cotidianos, pero, a medida que avanza el intercambio, van tomando la forma de una confesión. Recordemos que para Foucault (2002a), la confesión es un dispositivo de poder y saber en el que el confesor, por medio de técnicas específicas, hace hablar: “la confesión difundió hasta muy lejos sus efectos: en la justicia, la medicina, la pedagogía […]; se confiesan los crímenes, los pensamientos y deseos, el pasado y los sueños, la infancia […] la gente se esfuerza en decir con la mayor exactitud lo más difícil de decir” (pp. 74-75). Por ello, el intercambio epistolar nos muestra de qué manera el discurso mismo de la madre va sufriendo alteraciones frente al constante agobio de “hacer hablar”. La vigilancia del padre se extenderá desde el espacio íntimo del hogar hacia fuera de la casa, haciendo que los vecinos también cumplan con esta función y, mientras la madre escribe en vigilia su informe-confesión, los vecinos “han conseguido convertir la vigilancia en un objeto artístico” (p. 37), reforzando la ley y limpiando la esfera pública de los desposeídos y marginados que deambulan por la ciudad. Las redes de vigilancia se extienden entonces hacia la ciudad, que ha iniciado un cambio turbulento hacia un nuevo orden, con la figura del padre como símbolo del poder masculino y represivo. Este nuevo escenario necesita de técnicas violentas y definitivas que provocarán la exclusión de aquellos que no se ajustan a este nuevo panorama, a “las nuevas leyes que buscan provocar la mirada amorosa del otro lado de Occidente” (p. 41), esto es, la irrupción del capitalismo en el modelo occidental, en la sociedad moderna neoliberal acrítica, que seduce a la población con su oferta material y discursiva.